(Por su interés publicamos un artículo aparecido en la web de El Militante)
Desde el domingo 15 de mayo decenas de miles de personas han llenado las calles de numerosas ciudades del Estado español en constantes concentraciones, manifestaciones y asambleas masivas. En Madrid la Puerta del Sol, y en Barcelona la Plaça de Catalunya, se han convertido en símbolos de un movimiento que ha sorprendido a todos y desbordado a las organizaciones tradicionales de la izquierda, incluyendo a los grandes sindicatos.
La fuerza, la decisión y el arrojo con el que miles de jóvenes han irrumpido en la escena política dejando claras sus ansias de participación, desafiando los intentos de desalojo de las acampadas y las prohibiciones para impedir el ejercicio al derecho de manifestación y expresión dictadas antidemocráticamente por la Junta Electoral Central (JEC), y su resistencia ejemplar frente la brutalidad policial en Barcelona, se han convertido en una tremenda referencia de lucha. Un movimiento que ya ha traspasado las fronteras del Estado español y que contagia a otros países donde se están realizando demostraciones masivas imitando el 15M: Grecia y Francia son la avanzada, pero no tardarán mucho en sumarse otros.
Las causas de esta explosión de indignación
Las causas de este incendio social no son difíciles de entender. La clase obrera y la juventud del Estado español han sido golpeadas con saña y extrema crueldad por la crisis capitalista. Cinco millones de desempleados y una tasa de paro del 20% que se eleva hasta el 50% para los jóvenes menores de 25 años; más de 1.300.000 hogares con todos sus miembros en paro; una oleada de desahucios contra las familias más humildes por la imposibilidad de hacer frente a las hipotecas abusivas; subidas generalizadas de los precios de los productos básicos, de la alimentación, el agua, la luz… se combinan con una ofensiva sin cuartel contra los derechos laborales de la mayoría trabajadora, al tiempo que se destinan cientos de miles de millones de euros de dinero público a hacer más ricos a los ricos.
En estos años una irritación profunda se ha ido incubando en las entrañas de la sociedad. Millones de jóvenes comprenden que no existe futuro bajo este sistema. ¿De qué vale estudiar con ahínco si el premio son las colas del desempleo o los salarios basura? Por su parte, los trabajadores han sufrido intensamente el chantaje empresarial que, utilizando el látigo del miedo al desempleo, ha impuesto condiciones cuartelarias en los centros de trabajo. Cientos de miles de despidos y cierres masivos de fábricas se han convertido en el panorama cotidiano.
No hace mucho tiempo los medios de comunicación de la burguesía, acompañados de muchos simpáticos y acomodados intelectuales “progresistas”, se interrogaban cómo era posible que en estas condiciones no se hubiera producido ya un estallido social. Un planteamiento cínico que intentaba obviar la realidad de lo sucedido. Desde que la crisis se hizo visible, cientos de miles de trabajadores han empujado hacia el camino de la lucha. En todo este periodo, si la voluntad y los deseos inequívocos de la mayoría era dar una respuesta contundente a la crisis y frenar la codicia de los empresarios, la posición de los dirigentes de UGT y CCOO ha sido la constante vacilación y su recurso a una estrategia de paz social y pacto permanente con el gobierno y la patronal comprometiéndose a todo tipo de concesiones. Cuando la presión desde abajo se hizo insoportable y el gobierno del PSOE asumió plenamente la política de recortes y ataques, los dirigentes sindicales no tuvieron más remedio que organizar una respuesta. La huelga general del pasado 29-S contra la reforma laboral fue secundada por millones de trabajadores que paralizaron numerosos sectores productivos y llenaron con cientos de miles, hasta un millón y medio, las calles de más de 75 ciudades y localidades. En Euskal Herria, la mayoría sindical vasca había convocado antes de esa fecha dos huelgas generales con un seguimiento tremendo.
Todas las condiciones estaban dadas para extender la movilización, endurecerla, hacerla más masiva. Pero en diciembre de 2010 y tras haber perdido un tiempo precioso, los dirigentes de CCOO y UGT optaron por un frenazo en seco de la dinámica movilizadora. Temiendo una escalada de la lucha de clases semejante a la que ha vivido Grecia, Portugal o Francia, se enfundaron el traje de “hombres de Estado”, y acudieron a la llamada de Zapatero para echar jarros de agua fría sobre los trabajadores. Aceptaron públicamente la lógica impuesta por la crisis capitalista, se plegaron ante las amenazas de los grandes bancos, y avalaron con su firma un ataque de gran calado contra las pensiones públicas.
La desmovilización social impuesta artificialmente por la cúpula de CCOO y UGT, que chocaba con las aspiraciones de miles de sindicalistas de base y con la mayoría de la población contraría a estas claudicaciones, se sumó a la percepción inequívoca de que el gobierno del PSOE se había entregado en cuerpo y alma a los poderes económicos. Las reuniones en La Moncloa entre Zapatero y la plutocracia empresarial y bancaria, y el hecho de que ésta le dictara sin ambigüedad la urgencia de continuar con las “reformas”, incluso exigieran al presidente del gobierno que no dimitiera y completara la legislatura con esta hoja de ruta, evidenciaban la completa capitulación del gobierno.
Estalla el movimiento
El contexto señalado anteriormente explica las condiciones objetivas para el estallido del movimiento y las formas que, en esta primera etapa, está adoptando. Otros factores, pero no menos importantes, han sido el enorme impacto que en la conciencia de miles de jóvenes y trabajadores ha tenido la irrupción de la revolución en el mundo árabe y las luchas, huelgas generales y movilizaciones que se han vivido en estos meses en Francia, Gran Bretaña, Italia, Portugal y Grecia. No es ninguna casualidad que un eje en la acción de estas semanas haya sido la ocupación de las plazas públicas de las ciudades y la celebración de asambleas masivas. El movimiento se inspira en los métodos revolucionarios que el pueblo árabe ha desarrollado para derribar a las dictaduras, poniendo de relieve el carácter internacionalista de la lucha de clases que atraviesa el conjunto del mundo.
El 30 de marzo el Sindicato de Estudiantes organizó una protesta juvenil y estudiantil que paralizó cientos de centros de estudio y sacó a las calles miles de estudiantes de secundaria contra los recortes educativos y el desempleo juvenil. Esa acción fue seguida por la convocatoria en Madrid de una manifestación, el 7 de abril, impulsada por Juventud Sin Futuro. Un mes después, las manifestaciones del 15 de mayo convocadas por la Plataforma “Democracia Real Ya” actuaron como el aldabonazo decisivo. En Madrid participaron decenas de miles de personas que colapsaron la calle Alcalá. En ciudades como Barcelona, Sevilla, Valencia, Málaga, Granada, Santiago… llegaron a juntarse miles más. En las manifestaciones participaron personas de todas las edades, desde estudiantes universitarios y jóvenes trabajadores hasta parados y jubilados. A lo largo de las marchas se corearon consignas contra los banqueros y el poder financiero, contra la corrupción y “la clase política”. Se exhibían pancartas y carteles realizados artesanalmente con lemas contra el desempleo y los beneficios de los millonarios, en demanda de una vivienda digna, o en defensa de la sanidad y la educación públicas. Todo ello da testimonio del carácter de izquierdas de las movilizaciones y la fuerte carga anticapitalista implícita en las mismas.
La magnitud y extensión de estas manifestaciones, que se redoblaron desde el intento de desalojo de la acampada de la Puerta del Sol y adquirieron un carácter masivo durante el viernes 20 de mayo jaleadas por la prohibición de la JEC, supusieron un gran paso para llenar de confianza a la juventud en sus propias fuerzas. Frente a todos aquellos, entre ellos los dirigentes sindicales, que vienen planteando que el problema es la falta de conciencia y de “espíritu de rebeldía”, estas movilizaciones son un ejemplo concreto en el sentido contrario.
¿Una lucha apolítica?
En un contexto de desengaño por las medidas procapitalistas aprobadas por el gobierno PSOE, que ha cristalizando en la debacle electoral del pasado 22 de mayo, y de repliegue temporal de la lucha obrera bloqueada por la actuación de los dirigentes de CCOO y UGT —de la que se alimenta el escepticismo y la crítica hacia los sindicatos y las organizaciones políticas tradicionales de la izquierda—, los promotores de las movilizaciones del 15-M han insistido en la idea de que estas acciones tenían un carácter “apartidista”. A pesar de ello, tal y como antes hemos insistido, el propio desarrollo de las manifestaciones, su composición y las consignas coreadas, han demostrado en la práctica que se trata de un movimiento con un sesgo nítidamente de izquierdas. Pero hay más. ¿Cómo se puede hablar de que este movimiento es apolítico cuando la derecha, el PP y CiU, han promovido la represión policial para desalojar a los jóvenes que ocupaban la Plaça Catalunya o la Puerta del Sol? La derecha es la enemiga declarada de los intereses de la juventud y de la clase obrera; maquillar esta realidad o simplemente esconderla, no niega en absoluto este hecho. En todo caso, mella el filo del movimiento y nos crea dificultades para llegar a más sectores de la población, especialmente a los trabajadores.
Este ha sido uno de los grandes debates que ha recorrido muchas asambleas en estas semanas. En algunas reuniones se han podido escuchar comentarios e intervenciones contra la “política” en general e incluso se ha votado que no se repartan panfletos y propaganda de organizaciones de la izquierda que participan lealmente en el movimiento proponiendo ideas para que la lucha avance y adquiera un carácter más consciente. Muchos de estos prejuicios responden a la frustración con la política oficial y es lógico que, en estas fases iniciales, una parte de los jóvenes que participan en las asambleas tenga prevención contra los intentos de manipulación. Pero también hay sectores que están perfectamente organizados, y organizados además políticamente, que al intentar imponer este tipo de ideas de manera oportunista ocultando sus siglas, pretenden, ante todo, controlar burocráticamente el movimiento. Esta estrategia sólo debilita la lucha y tiene consecuencias muy reaccionarias.
En un movimiento tan masivo como éste todas las ideas están a discusión, y nadie debería tener miedo al debate democrático, nadie debe tutelar a los jóvenes y trabajadores que en él participan y decidir qué ideas se deben escuchar o no, qué se debe leer o no. Actitudes así no están muy lejos de las maniobras burocráticas a las que estamos acostumbrados en los sindicatos y partidos de izquierda, cuando la base defiende posturas que no gustan a los dirigentes. Bajo la excusa de “no a la política” se hace también política, pero con un claro tinte autoritario. Por otra parte, los jóvenes y los trabajadores sabemos lo mucho que nos ha costado conquistar los derechos de libertad de expresión, reunión y organización. Se los arrancamos a la dictadura y la represión policial en una dura lucha. Y esos derechos son patrimonio de todos y debemos defenderlos. Lo que necesitamos, y lo sabemos por experiencia, es tener organizaciones a la altura, que defiendan una política auténticamente revolucionaria, y actuar de forma colectiva porque de esto depende nuestro futuro y nuestra emancipación.
Si luchamos por la auténtica democracia real, debemos ser conscientes de que en el movimiento todos podemos debatir, escuchar y decidir sin que ninguna policía del pensamiento nos coarte. Que nadie reprima el derecho de todos, incluidas las organizaciones que apoyan el movimiento con un programa de izquierdas, a manifestar sus puntos de vista.
Un programa anticapitalista
Que la burguesía y sus medios de comunicación traten de obviar el aspecto ideológico de las movilizaciones tiene como finalidad restringirlas a un marco asimilable por el propio sistema. Lo que realmente aterra a la clase dominante, a los mercados y a los gobiernos, es que el movimiento eleve su nivel de organización y fortalezca su carácter de clase, revolucionario y anticapitalista.
El programa y la táctica para continuar la movilización representan aspectos fundamentales. Como hemos señalado, durante estas semanas se ha vivido una auténtica ansia por participar, debatir, y llevar adelante acciones que proyectaran públicamente la movilización y la extendieran. También ha quedado claro el genio creativo de miles de jóvenes, su iniciativa, su gran talento, que cotidianamente es asfixiado por el sistema. La decisión de tomar las plazas y establecer acampadas ha contado con la simpatía de millones y han jugado un papel muy positivo para visualizar la protesta y crear puntos de referencia. Exactamente igual que las asambleas y comisiones, donde cientos de personas han podido hacer propuestas y expresar sus inquietudes. Después de los primeros momentos, en los que la espontaneidad jugó un gran papel, era necesario dar paso a una mayor organización y concretar las reivindicaciones para que el movimiento avance y se haga más fuerte.
Y es en este punto donde el camino a tomar adquiere su mayor trascendencia. Como hemos señalado antes, en muchas asambleas se han aprobado plataformas reivindicativas que suponen una alternativa de lucha contra el sistema capitalista. Este es el caso de la asamblea de Barcelona, pero sobre todo de la asamblea de Málaga. No obstante, en asambleas como la de la Puerta del Sol de Madrid se ha llegado a un “consenso” para reducir las demandas del movimiento a cuatro puntos: a) Reforma electoral encaminada a una democracia más representativa y desarrollar mecanismos efectivos de participación ciudadana. b) Lucha contra la corrupción mediante normas orientadas a una total transparencia política. c) Separación efectiva de los poderes públicos. d) Creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política. En esta plataforma no hay ninguna palabra sobre los ataques que estamos sufriendo de los capitalistas y la banca, del paro masivo, del recorte de los servicios sociales, de cómo extender y ampliar el movimiento. Pero lo más chocante es que estos cuatro puntos rebajan el contenido de las reivindicaciones que ha sido visibles en las manifestaciones y concentraciones. ¿Por qué? La idea de “consensuar” las demandas se ha convertido, en la práctica, en legalizar el poder de veto de aquellos que no están interesados en desarrollar este movimiento de masas como una lucha anticapitalista en defensa de los intereses de la aplastante mayoría de la sociedad.
Es cierto que la ley electoral es profundamente injusta. Organizaciones como IU, con más de un millón de votos, sólo tiene un parlamentario. Pero la reforma más progresiva no impedirá que, bajo el capitalismo, las instituciones representativas sólo sean un foro para decidir a favor de los intereses de los que controlan férreamente las palancas del poder económico. Lo mismo pasa con la lucha contra la corrupción. ¿A quién dejamos esta responsabilidad? ¿A los tribunales que están llenos de elementos franquistas? ¿A los jueces de carrera que tienen vínculos ideológicos, políticos, personales y económicos con la oligarquía? La corrupción bajo el capitalismo es una seña de identidad genética: es el riego sanguíneo que transporta el oxígeno con el que respira el sistema. Lo mismo ocurre con la justicia: bajo el capitalismo siempre será una justicia de clase al servicio de la burguesía. Lo ocurrido en el Estado español respecto a la impunidad de los crímenes del franquismo, a las decisiones del Tribunal Supremo contra los derechos democráticos para Euskal Herria, o lo que sucede cotidianamente cuando los tribunales respaldan despidos masivos y dejan sin mácula a los empresarios que cierran fábricas para aumentar su cuenta de beneficios o se desahucian a miles de familias para cumplir con la legalidad que imponen los bancos, son una prueba concluyente.
Queremos una democracia real, algo completamente incompatible con la existencia del capitalismo. Por eso, el movimiento 15M tiene que defender un programa coherente con los objetivos que se han planteado en estas semanas de lucha en la calle: no a la dictadura de los bancos y los empresarios. Nacionalización de las palancas fundamentales de la economía, la banca y los grandes monopolios, bajo el control democrático de los trabajadores. Para luchar contra el paro masivo: invertir esos recursos en planes de choque para emplear a millones de parados en la creación de servicios sociales, centros educativos, sanitarios, vivienda pública. Nacionalización de las grandes empresas constructoras, expropiando los millones de viviendas vacías para crear un parque de vivienda pública en alquiler con un precio que no supere el 10% del SMI. Luchar contra las contrarreformas en marcha: laboral, pensiones, negociación colectiva. Reducir la jornada laboral a 35 horas semanales sin reducción salarial para repartir el empleo. Y para imponer estas demandas, hay que organizar una respuesta masiva: parar el país, impulsar la huelga general y sumar a la clase trabajadora. Un programa así concreta la idea de la democracia política: no pude haber democracia real sin justicia social.
Consiguiendo estas reivindicaciones estaremos más cerca, mucho más cerca, de lograr una auténtica democracia. Una democracia de los trabajadores, liberada de la dictadura del capital, que sea realmente participativa y bajo el control de la mayoría de la población.
Unificar el movimiento con nuevas movilizaciones y confluir en una nueva huelga general
Después de estas semanas, el movimiento debe plantearse cómo continuar la batalla. La decisión de mantener las acampadas y realizar asambleas en los barrios, necesita reforzarse con acciones mucho más masivas que supongan un auténtico paso adelante. Hay que tener en cuenta que nuestros enemigos van a pasar a la acción. Lo han intentado con la represión policial y les ha salido mal. Pero ahora intentarán utilizar sus medios de comunicación para jalear a la reacción, exigiendo el desalojo de las acampadas porque suponen “la ruina” de los pequeños comerciantes. Lo que ayer eran facilidades de publicidad se convertirá en una actitud decididamente hostil contra nuestra lucha, sobre todo si conecta con el movimiento obrero.
Los trabajadores organizados en la Corriente Marxista El Militante y los jóvenes del Sindicato de Estudiantes que participamos activamente en el movimiento 15-M, creemos que para dar un paso adelante hay que unificar y extender el movimiento, organizando en fechas próximas una gran manifestación en todas las ciudades y localidades, que seguro contaría con la participación de cientos de miles. Como señalamos en las decenas de miles de hojas que hemos repartido en numerosas concentraciones en todo el Estado, acogidas muy positivamente, y en las asambleas en las que hemos participado, además de defender demandas y reivindicaciones anticapitalistas, que vayan a la raíz del problema, debemos poner el foco en la necesidad de paralizar el conjunto del Estado español confluyendo en una gran huelga general. El ejemplo de la asamblea de la ciudad de Málaga, que logró organizar una masiva manifestación el viernes 28 de mayo que congregó a más de 20.000 personas proponiendo como consigna central la convocatoria de una nueva huelga general, es la vía para fortalecer el movimiento.
Tenemos el deber de hacer un llamamiento concreto a la clase obrera a sumarse a la lucha y para ello es fundamental exigir a los dirigentes sindicales de CCOO y UGT que rompan con la política de “paz social”, que no firmen más pactos con la patronal, que escuchen el clamor de la calle, y organicen una gran huelga general en coordinación con el movimiento 15-M en defensa de las condiciones de vida de la mayoría de la población. Una propuesta semejante, difundida masivamente, despertaría una enorme simpatía entre decenas de miles de delegados sindicales y afiliados que también están muy descontentos con la política de sus dirigentes.
El sello en esta batalla hasta el momento lo ha puesto la juventud, y especialmente la juventud universitaria de forma mayoritaria. Eso no es ajeno a los métodos empleados y a muchas de las ideas “apolíticas” que han teñido las asambleas. Pero un movimiento de masas no funciona exactamente igual que una asamblea de facultad, como ha quedado demostrado en las asambleas de barrio en Madrid. Si queremos extender la movilización y conquistar una parte esencial de las demandas más sentidas, si queremos hacer frente a los nuevos ataques que en los próximos meses se aprobarán, debemos sumar a los trabajadores a la lucha iniciada. En este movimiento la clase obrera debe jugar un papel esencial. Y no decimos esto por obrerismo mal entendido, por melancolía o tozudez doctrinal. La entrada en escena del movimiento obrero organizado es la clave, como demuestran las experiencias de Francia, Portugal, Grecia y el mundo árabe. Los trabajadores, a través de sus métodos de lucha, con la huelga general y la paralización de la vida económica; con las ocupaciones de los centros de trabajo; con las asambleas democráticas basadas en la votación de las decisiones mayoritarias y no en un falso consenso, y con la defensa de un programa socialista para derrocar el capitalismo, son nuestros mejores y más leales aliados en esta batalla que no conoce fronteras y que está conmocionando el mundo.