(Por su interés publicamos un artículo aparecido en la web de El Militante)
Desde que se inicio el movimiento 15 M, ha estado presente un debate de forma más o menos constante, en relación al carácter de dicho movimiento, y la participación de las organizaciones sociales, políticas y sindicales de la izquierda en el mismo.
En nuestra opinión, el descontento de la mayoría de la población contra la política de las organizaciones tradicionales de la izquierda, fundamentalmente por las medidas antisociales aprobadas por el gobierno del PSOE, y el descrédito de los sindicatos mayoritarios, con su dinámica de pactos y concesiones impuesta por sus dirigentes, no sólo se ha expresado en el carácter espontáneo que las movilizaciones han adoptado en sus inicios, también en el temor de sectores que participan en él, especialmente de la juventud, de que el movimiento pudiera ser instrumentalizado, manipulado, por alguna organización suplantando de esta manera la iniciativa de miles.
Pero lo que era sobre todo un rechazo instintivo a que estas movilizaciones pudieran acabar “controladas” y frenadas, como tantas otras veces se ha hecho, ha sido aprovechado, por algunos sectores que participan en este movimiento, para alentar todo tipo de prejuicios antiorganizacion, y apolíticos que, en nuestra opinión, no solo no aportan nada al avance de este movimiento sino que llegados a este punto, se convierten en un obstáculo para continuar extendiéndolo y sumando a más sectores a la lucha.
¿Ni de izquierdas ni de derechas?
Basta un simple vistazo a las principales reivindicaciones del movimiento (contra el desempleo, derecho a una vivienda, contra el rescate a la banca y los recortes sociales, contra los abusos de las instituciones públicas y los privilegios de los políticos…) para comprender el carácter no sólo de izquierdas, sino profundamente crítico con el propio sistema capitalista que contienen estas demandas.
Si hubiera alguna duda, cualquiera que haya participado directamente en los cientos de asambleas que han tenido lugar en las últimas semanas ha podido comprobar que son precisamente las intervenciones que más inciden en la lucha por mejoras económicas y sociales, las que conectan de una forma más clara con el sentir general.
Muchos han hablado en las asambleas (y han sido aplaudidos entusiastamente) de la necesidad de mejorar el salario mínimo, o de luchar por los servicios públicos, o de tumbar la reforma laboral y el pacto de pensiones, o de recuperar las ayudas a los parados. Pero, que sepamos, no ha salido nadie a defender el abaratamiento del despido, el fin de los convenios colectivos o la disminución de los impuestos a los ricos. Este no es un movimiento donde estemos todos, (derecha e izquierda, ricos y pobres, empresarios y trabajadores). Este es un movimiento, fundamentalmente, de los sectores oprimidos de la sociedad: sean jóvenes estudiantes, amas de casa, parados o trabajadores en activo, todos en su inmensa mayoría miembros de la clase obrera.
Y este movimiento, que tiene el inmenso mérito de haber sido capaz de romper el aislamiento y la atomización a que nos quieren someter, que no encontraba ningún cauce de expresión a través de las organizaciones políticas y sindicales y que ahora intenta que su voz se oiga con claridad, necesita dotarse de los métodos más democráticos de funcionamiento para que el debate libre y compañero permita avanzar en la lucha por un futuro mejor.
Sin embargo, sorprendentemente, desde determinados sectores se insiste reiteradamente en que aquí estamos “gentes de la izquierda y de la derecha”, pensamientos “plurales” y por este motivo se hace necesario consensuar las reivindicaciones, para “que quepa todo el mundo”, renunciar a plantear demandas claras y en definitiva, limitarse a algunas consideraciones generales sobre la reforma de la ley electoral, el control de los políticos y algunas cuestiones sociales de carácter general, como si los ataques que estamos recibiendo no fuesen concretos.
El consenso en la toma de decisiones, ¿qué implica realmente?
Los debates y discusiones deben darse con total libertad y respeto, tiene que haber tiempo suficiente para expresar las opiniones favorables y contrarias a cualquier propuesta o argumento. Pero tras el debate, debemos tomar decisiones, la mayoría debe pronunciarse mediante el voto sobre el camino a seguir. No hay otra manera de plasmar los verdaderos deseos y reivindicaciones de la mayoría oprimida de la sociedad.
La insistencia en recabar el consenso de la asamblea para tomar decisiones, en lugar de someter las propuestas a votación y aprobarlas por mayoría, lejos de “avanzar hacia un mayor entendimiento” es, en realidad, una actitud profundamente antidemocrática, que en la práctica supone el derecho de veto, es decir, impone los deseos de una minoría (incluso de una sola persona), frente a cientos o miles. Y su resultado concreto a la larga es, siempre, invariablemente, la parálisis de cualquier tipo de lucha, la desmoralización y el abandono de la participación de los sectores más combativos. Pues como decimos, un grupo reducido puede decidir que no quieren hacer tal concentración, asumir tal reivindicación, etc. e imponer su voluntad a la asamblea. El consenso es la dictadura de la minoría sobre la mayoría.
Un movimiento profundamente político
El carácter espontáneo del movimiento se ha combinado con el deseo de unidad y el rechazo a la manipulación, y se ha expresado con fuerza en las movilizaciones y asambleas. Sin embargo esto ha sido utilizado para extender, en nuestra opinión, toda una serie de prejuicios e ideas reaccionarias dentro del propio movimiento, lanzando un discurso antiorganizacion que en la práctica ha llegado a cuestionar incluso el derecho elemental a la libertad de expresión.
Sin ir más lejos, en la reciente convocatoria de la manifestación del 5 de junio en Avilés, podemos leer: “La manifestación (…) carece absolutamente de cualquier signo partidista ni de organización política o sindical alguna, que no sea estrictamente la voluntad de los ciudadanos expresada y legitimada por sus Asambleas, por lo que se pide a las diferentes organizaciones y colectivos que se abstengan de repartir propaganda durante el transcurso de la misma”.
No podemos estar de acuerdo con esta petición, por varios motivos. El primero, porque el ejercicio de ese derecho a repartir propaganda en absoluto entra en contradicción con el carácter profundamente político, de izquierdas, y anticapitalista de las movilizaciones que se han desarrollado. Otra cosa bien diferente es que haya sectores que quieran desvirtuar este contenido y, como paso previo para hacerlo, pretendan imponer una censura completamente antidemocrática a los trabajadores, los jóvenes y los parados que participamos lealmente en las asambleas y manifestaciones y lo hacemos defendiendo una política revolucionaria, de clase y anticapitalista, sin ocultar nuestra pertenencia a organizaciones de izquierda.
El argumento de que se podría desvirtuar el carácter “unitario” de la manifestación es absolutamente falso. De hecho, ese carácter queda sobradamente remarcado por la pancarta de cabecera, donde no hay ningún tipo de siglas, y sin ninguna duda, por las intervenciones públicas que los organizadores hagan al final de la manifestación.
El segundo porque ese derecho, junto con otras libertades políticas, como el derecho a reunión (que en estos días estamos ejerciendo ampliamente) o el de afiliarse libremente a un sindicato o partido político de izquierdas, fue conquistado en una dura lucha contra la dictadura. Por este motivo, ninguna organización, puede decirle a otra donde y como tiene que difundir sus ideas y sus propuestas. Si esto vale para las organizaciones, vale también para un movimiento que cotidianamente pretende remarcar su carácter democrático.
En tercer lugar, porque el reparto de propaganda es uno de los pocos medios que las organizaciones obreras han tenido a lo largo de la historia para difundir sus puntos de vista, y de hacerlos llegar al conjunto del movimiento obrero y la juventud. Prohibir o coaccionar para impedir el reparto de propaganda significa en la práctica prohibir que las ideas de la izquierda lleguen a la mayoría de la sociedad. Los empresarios, los banqueros, y la derecha en general no necesitan repartir ningún tipo de propaganda.¡Ya tienen a su servicio los poderosos medios de comunicación, la prensa, las cadenas de radio y televisión e incluso el aparato del estado, para difundir sus mensajes, filtrar la información y manipular la realidad! No es casualidad el enorme eco que tiene en la prensa la petición de reforma de la ley electoral, mientras se dice muy poco de la masiva aceptación que tienen cuestiones como el aumento del salario mínimo, el rechazo al pacto de pensiones o la nacionalización de la banca.
En cuarto lugar porque opinar no es imponer, ni dividir. Que una organización de izquierdas defienda una propuesta determinada, sea por escrito o verbalmente, no contradice que la toma de decisiones en el movimiento no pueda ser democrática, por votación de los participantes y por mayoría, como hemos señalado más arriba.
El hecho de expresar con seriedad y respeto las ideas que pensamos que pueden contribuir al avance de la lucha, el no escondernos bajo escritos anónimos, el de que reivindiquemos nuestro derecho y el de cualquiera a opinar (no sólo verbalmente, en las asambleas, sino también por escrito, llegando a muchos miles que no participan de esas asambleas regularmente) y aportar al movimiento de forma organizada no tiene nada que ver con buscar “protagonismos”, ni mucho menos con ningún tipo de “manipulación”. Todo lo contrario, hacerlo de este modo significa que nos responsabilizamos de nuestros actos, que nos sometemos a la crítica del movimiento en su conjunto y que lanzamos nuestras propuestas con claridad para que cada cual pueda conocerlas y asumirlas o desecharlas libremente.
Para terminar, estamos firmemente convencidos de que éste es un movimiento suficientemente maduro como para no necesitar ningún tipo de tutela política. Quienes pretenden ejercerla solo ponen de manifiesto en realidad su profunda desconfianza ante la juventud y los trabajadores en lucha. Ni siquiera un grupo de personas organizado en torno a una Asamblea Ciudadana puede pretender conocer la “voluntad de los ciudadanos” de forma general. Y nunca debemos olvidar que es precisamente a través de la discusión, el debate y la “confrontación” compañera de distintas ideas cuando las voluntades y las conciencias avanzan y se desarrolla