«La historia del pasado y del presente nos enseña que la propiedad privada es la última y más profunda causa de la situación de privilegio del hombre frente a la mujer. La aparición y consolidación de la propiedad privada son las causantes de que la mujer y el niño, al igual que los esclavos, pudiesen convertirse en propiedad del hombre. Por esta causa ha aparecido la dominación del hombre por el hombre, la contradicción de clase entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados…
(...) Para que la mujer llegue a obtener la plena equiparación social con el hombre —de hecho y no sólo en los textos de leyes y sobre el papel—, para que pueda conquistar como el hombre la libertad de movimiento y de acción para todo el género humano, existen dos condiciones indispensables: la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y su sustitución por la propiedad social, y la inserción de la actividad de la mujer en la producción de bienes sociales dentro de un sistema en el que no existan ni la explotación ni la opresión».
Clara Zetkin, Directrices para el movimiento comunista femenino, 1920.
En los últimos años, millones de mujeres nos hemos rebelado en todo el mundo. Quienes desde niñas hemos sufrido el abuso, la violencia y la explotación, protagonizamos un momento histórico en la lucha por nuestra emancipación. Bajo el grito de Ni una menos, en América Latina se ha sucedido una lucha imparable contra los feminicidios, por la legalización del aborto o contra gobiernos reaccionarios; la movilización contra Trump en Estados Unidos; los paros contra los ataques a los derechos reproductivos en Polonia; en Gran Bretaña, Australia o la India contra la violencia policial machista, el acoso sexual y la explotación laboral; en el Estado español movilizaciones históricas y huelgas generales feministas que han abarrotado las calles. Es un verdadero tsunami.
La lucha por nuestra liberación, contra el machismo institucional y la justicia patriarcal y clasista, ha dado un salto colosal. Las mujeres de la clase obrera —trabajadoras, jóvenes, amas de casa, jubiladas, paradas— somos las indudables protagonistas de este movimiento.
Las feministas revolucionarias también inscribimos el antifascismo, el antirracismo y el anticapitalismo en nuestra bandera morada, declarando la guerra a todo tipo de opresión. Pero no somos las primeras en comenzar a andar este camino.
El marxismo —tan calumniado por el capitalismo y por las defensoras del feminismo burgués y pequeñoburgués— sostiene que la opresión de la mujer surge de las bases económicas. Nuestra discriminación no tiene su origen en la biología, sino que es el reflejo de la sociedad en un determinado estado de desarrollo: el patriarcado nació con las clases sociales. Una tesis que ha sido corroborada no sólo por investigaciones antropológicas, sino por la propia lucha de clases.
Ya en 1884 Engels afirmó: «Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre».[1]
El socialismo científico, formulado por Marx y Engels, abrió fuego de manera decidida a favor de la liberación de la mujer. Este movimiento ha tenido grandes protagonistas, teóricas y militantes cuyas obras y vidas han sido ocultadas, tergiversadas o suprimidas en la historia oficial de la clase dominante.
Fueron muchas las pioneras que jugaron un papel de vanguardia. Desde Flora Tristán, socialista que abogó por la emancipación de la clase obrera y la mujer como un todo inseparable; Elisabeth Dmitrieff y la anarquista Louise Michel, que en 1871 se situaron en la barricada de la revolución durante la Comuna de París; sufragistas internacionalistas como Sylvia Pankhurst; sindicalistas abnegadas como Eleanor Marx; comunistas como la alemana Clara Zetkin y la polaca Rosa Luxemburgo; bolcheviques rusas como Nadezhda Krúpskaia, Alexandra Kollontái, Inessa Armand, Larisa Reisner y Natalia Sedova, que en los primeros años tras la Revolución de Octubre de 1917 edificaron la sociedad más igualitaria, justa y democrática jamás conocida.
Todas ellas, en distintas épocas y países, con sus aciertos y sus errores, sufrieron la represión y el exilio, pero ello no evitó que entregaran sus vidas a liberar a las desposeídas del pozo de oscuridad y violencia al que nos condena este sistema, así como a luchar por una sociedad sin clases codo con codo con el resto de oprimidos.
Estudiar su legado, rescatar a todas estas gigantes del olvido y darles el lugar que les corresponde es el objetivo de esta nueva publicación de la Fundación Federico Engels en colaboración con Libres y Combativas: Mujeres en revolución, un libro que contiene las biografías de doce pioneras del feminismo revolucionario escritas por militantes de Izquierda Revolucionaria del Estado español, México, Portugal y Alemania.
Gracias a que ellas fueron, hoy nosotras somos.
[1] F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Fundación Federico Engels, Madrid, 2006, p. 56.