Las mujeres oprimidas se levantan en todo el mundo contra la violencia machista y los recortes. Así lo prueba el movimiento Ni una menos en América Latina o la tremenda respuesta a las políticas reaccionarias, misóginas y racistas de Donald Trump. Estas grandes protestas reflejan cómo los sectores más duramente explotados por este miserable sistema nos hemos puesto a la cabeza de la lucha por la justicia social.
En la otra cara de la moneda, observamos cómo se incrementa el número de mujeres que se ven obligadas a recurrir a la prostitución presionadas por la necesidad y son violentadas por las mafias y los proxenetas. Respecto a este importante asunto hay diferentes posiciones entre los grupos feministas y las organizaciones izquierdas. De hecho, algunos defienden la legalización y la regulación de la prostitución como una actividad laboral.
Desmontando verdades eternas
La ideología capitalista nos adoctrina en supuestas verdades absolutas. Quién no ha oído que siempre hubo ricos y pobres y, en el caso de la prostitución, que se trata del oficio más antiguo del mundo. Esta falsedad tiene un objetivo: asumir que la explotación de la mujer es algo inherente al ser humano. Muy al contrario, las primeras comunidades humanas se basaban en la solidaridad y el trabajo en común de todos sus integrantes, siendo las mujeres profundamente respetadas1. La opresión de la mujer nace con la aparición de la propiedad privada y las clases sociales, es decir, de la mano de la división entre explotados y explotadores.
Bajo el capitalismo la clase dominante convierte a la mujer trabajadora en la responsable del mantenimiento y la reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, nos encadena a las tareas domésticas para que de forma gratuita garanticemos las necesidades de la familia: limpieza, alimentación... A su vez, la burguesía sabe extraer beneficio del machismo dominante a través del mercado laboral: nos pagan menos. La raíz de esta opresión —que tiene su expresión más cruel en la explotación sexual y el maltrato— tiene una base económica, o mejor dicho, está en la falta de independencia económica provocada por el desempleo y los bajos salarios, la precariedad y la pobreza en la que un amplio sector de la población femenina está condenada a vivir.
Un negocio multimillonario
Sin embargo, para los privilegiados de siempre, la prostitución es un negocio extraordinariamente lucrativo. Es el segundo negocio más rentable en el mundo después del tráfico de armas y por delante del narcotráfico: mueve siete billones de dólares y reporta cinco billones de dólares en beneficios anualmente. Además, debido a la generalización de la pobreza provocada por la crisis no cesa de crecer: cada año se incorporan cuatro millones de personas a la trata. Pero, ¿cómo son posibles estas cifras si en la mayoría de los países más desarrollados la prostitución es ilegal o no está regulada? Porque detrás de los proxenetas hay un entramado económico y financiero controlado por respetables miembros de la sociedad.
El capitalismo también perpetúa y se beneficia con otro gran negocio como la pornografía, que no deja de ser un apéndice del gran cuerpo mafioso que explota a la mujer trabajadora. La pornografía mueve 60.000 millones de euros al año a través de películas, revistas, teléfonos sexuales e internet, legitimando la mercantilización del cuerpo de la mujer.
¿Libertad de elección?
Rechazamos el argumento de que el ejercicio de la prostitución sea una elección libre para millones de mujeres. Quienes se ven abocadas a la explotación del mercado del sexo, no son víctimas voluntarias de la explotación capitalista, al igual que un trabajador tampoco decide libremente tener un trabajo precario y unas condiciones laborales miserables. Este argumento defendido en ocasiones desde las filas de algunas organizaciones feministas, parece ignorar las violaciones, el estrés postraumático y el hecho de que las prostitutas sufren un riesgo 40 veces mayor de ser asesinadas que el resto de mujeres.
No es casualidad que en tiempos de crisis y de guerra, el ejercicio de la prostitución se dispare, convirtiéndose para un sector de mujeres en la única posibilidad de garantizar unos ingresos.
Este año celebramos el centenario de la Revolución Rusa, y parece oportuno recordar la posición de los bolcheviques. Alexandra Kollontái, miembro del primer gobierno soviético, encabezó junto a sus camaradas una batalla por erradicar la prostitución. Su objetivo era garantizar a toda la clase obrera, hombres y mujeres, un puesto de trabajo digno, que permitiera su independencia económica individual y una participación consciente en la construcción de la nueva sociedad socialista. Kollontái explica en sus escritos2 que la prostitución comenzó a desaparecer después de Octubre de 1917 gracias a la participación de las mujeres en el proceso revolucionario. Pero, también reconoce que, debido a la escasez económica y la falta de empleo causadas por la guerra civil, la prostitución volvió a resurgir con fuerza.
¿Un trabajo como cualquier otro?
Rechazamos también que se proclame que la prostitución es un trabajo como otro cualquiera. Precisamente Kollontái describe la prostitución como “una oscura herencia capitalista sin cabida alguna en una sociedad basada en la igualdad social y económica”, ya que destruye la solidaridad y el compañerismo en el seno de la clase obrera, reduciendo a las mujeres a simples instrumentos de placer de los hombres.
Por todo ello, no defendemos la legalización de la prostitución. Estamos en contra de cualquier persecución y criminalización moral o penal de las mujeres que la ejercen. Son quienes se enriquecen a costa de su explotación y sufrimiento los que deben ser perseguidos y severamente castigados. Nuestra alternativa a la prostitución no es perpetuar esta forma brutal de comercialización del cuerpo y la sexualidad de la mujer, sino garantizar un puesto de trabajo digno, vivienda y todos los derechos sociales al conjunto de la población.
Quienes desde la izquierda asumen la legalización de la prostitución, a pesar de sus buenas intenciones, se adaptan a la lógica y la ideología capitalista: convencidos de que este sistema es el único viable, consideran sus lacras inevitables e intentan, por lo menos, reglamentarlas y humanizarlas. Defender consecuentemente la liberación de la mujer ya sea de la esclavitud del trabajo doméstico, de la discriminación laboral o de su utilización en el mercado del sexo es incompatible con la aceptación del capitalismo, ya que supone impedir el desarrollo de un lucrativo negocio.
Los marxistas luchamos por la completa emancipación de la mujer trabajadora y para que la explotación, en cualquiera de sus formas, no sea asimilada por los oprimidos. Denunciamos el machismo día a día, en nuestros puestos de trabajo y en nuestros barrios y centros de estudio. Apreciamos la importancia de cada lucha, de cada reivindicación conquistada y, a la vez, no perdemos de vista que la completa libertad de las mujeres sólo se obtendrá a través de la transformación socialista de la sociedad.
1. “Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre… Wright dice: ‘Respecto a sus familias, en la época en que aún vivían en las antiguas casas grandes [domicilios comunistas de muchas familias] (…) Habitualmente, las mujeres gobernaban en la casa. Las provisiones eran comunes, pero ¡desdichado del pobre marido o amante que fuera demasiado holgazán o torpe para aportar su parte al fondo de provisiones de la comunidad! Por más hijos o enseres personales que tuviese en la casa, podía a cada instante verse conminado a liar los bártulos y tomar el portante” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, p. 56, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid, 2006).
2. Para profundizar en este tema recomendamos la lectura del libro Feminismo socialista y revolución de Alexandra Kollontái, editado por la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.