El pasado 30 de Diciembre el Consejo de Ministros aprobaba el nuevo Estatuto del Estudiante Universitario. El Ministerio de Educación (MEC) ha tratado de presentar este Estatuto como una gran conquista y un gran avance en materia de derechos para los estudiantes universitarios.
Sin embargo, no hace falta más que leer el citado Estatuto para darse cuenta de que estamos ante una nueva maniobra que persigue dos objetivos. El primero, crear una cortina de humo, con la que, a través de grandes declaraciones de intenciones y bonitas palabras, desviar la atención de la opinión pública de los problemas fundamentales de la universidad pública. En segundo lugar, intentar limpiar la funesta imagen de la política educativa del gobierno que tienen la mayoría de los estudiantes universitarios debido a los ataques aplicados en estos últimos años.
Una de las primeras consideraciones que podemos hacer sobre este Estatuto es que en ningún caso se trata de una normativa negociada con el movimiento estudiantil a través de sus organizaciones más representativas, algo que, por el contrario, el MEC afirma cada vez que tiene ocasión. Muy lejos de esto, la primera propuesta de borrador del Estatuto fue aportada por el MEC en plenas movilizaciones contra los planes de Bolonia, en el otoño de 2008, en las que más de 250.000 estudiantes llenaron las calles durante los meses de octubre y noviembre, demandando la retirada de dichos planes. De la misma forma que en aquel momento el MEC se sacó de la chistera la presentación de este Estatuto para tratar de calmar los ánimos del movimiento estudiantil y desviar la atención de la aplicación del plan, en la actualidad, con su aprobación intentan repetir la misma estratagema: vender una supuesta conquista en la mejora de las condiciones de estudio y del acceso a la universidad.
Desde el Sindicato de Estudiantes siempre hemos defendido que la condición indispensable para elaborar cualquier Estatuto del Estudiante Universitario que pretenda avanzar en materia de derechos, pasa por la retirada de los planes de Bolonia. Sin embargo, lejos de partir de este punto, es decir, anulando el encarecimiento de las tasas -de un 30% este curso- y la intención de penalizar las asignaturas repetidas elevando el coste de la matrícula hasta 15 veces, eliminando las becas-préstamo y lanzando una política de verdaderas becas que nos equipare con el resto de Europa, etc.; el Ministerio, ha hecho aparecer de debajo de las piedras organizaciones estudiantiles fantasma, que sin ninguna implantación y totalmente desconocidas por los estudiantes en las universidades, apoyan sus planteamientos a pies juntillas contraponiéndolas a las reivindicaciones que hacemos desde el Sindicato de Estudiantes.
Por lo tanto, todo intento de presentar este nuevo Estatuto del Estudiante Universitario y sus contenidos como una respuesta a las demandas de los estudiantes a través de sus principales organizaciones es una completa falsedad. El MEC confunde, muy interesadamente, la asistencia a las reuniones informativas sobre los contenidos del borrador, con la aceptación de su resultado final. Tal ha sido el descaro que, el pasado mes de diciembre, pretendieron que el Sindicato de Estudiantes participase en las Jornadas de presentación del Estatuto, algo a lo que nos negamos rotundamente, pues el único interés del Ministerio de Educación en este Estatuto es trasladar la imagen pública de un acuerdo con los estudiantes. Nada más lejos de la realidad cuando al mismo tiempo que elaboran este Estatuto se está llevando a cabo la mayor reconversión y privatización de la Universidad Pública desde el fin de la dictadura, expulsando a miles de hijos de trabajadores de la universidad a través de los Planes de Bolonia, tratando de convertir la Universidad en un privilegio para una élite.
Los contenidos del Estatuto del Estudiante Universitario: palabras y sólo palabras
Adentrándonos en los contenidos de este Estatuto hay varios aspectos a destacar. En primer lugar, y como ya viene siendo habitual en documentos anteriores por parte del Gobierno en materia de educación (tal como la fracasada propuesta de Pacto Educativo), no se hace ninguna distinción entre la universidad pública y la privada. Resulta sorprendente que tengan la misma consideración estas dos redes educativas, cuando uno de los derechos que este Estatuto plantea de palabra, es la igualdad en el acceso a la universidad, independientemente de las condiciones socioeconómicas. (Capítulo II, Art. 2 y 4 y Art. 7, puntos a y b, entre otros). ¿Cómo pretende el MEC conseguir la igualdad en el acceso a la Universidad en universidades privadas con matrículas astronómicas, inalcanzables para el grueso de los estudiantes universitarios? Esta es una primera muestra de que el Estatuto no es más que un brindis al sol.
Otro de los aspectos en los que enfatiza el MEC al señalar el gran logro que supone este estatuto, es el fomento de la participación estudiantil, así como a la libertad de reunión, expresión, asociación, etc. A este tema dedica varios apartados (Art. 7, 34, 35,36, 38, entre otros). Toda una oda a la participación estudiantil que contrasta con lo que sucede cotidianamente en las universidades en las que constituir una asociación o, simplemente, organizar una actividad tal como una charla, un debate, etc., se convierte en misión imposible dadas las trabas que existen; como por ejemplo, cobrar por la utilización de salones de actos, ausencia de locales para las asociaciones, requisitos que implican importantes desembolsos económicos, etc.
En el apartado del fomento de la participación es, junto con el del acceso a la universidad, en el que más evidente se hace la pantomima del MEC con este Estatuto. En primer lugar, y respecto a la participación estudiantil y a la toma en consideración de las reivindicaciones de los estudiantes en materia universitaria, el MEC establece la creación de un Consejo de Estudiantes Universitario Estatal. Se trata de un órgano formado por un estudiante de cada universidad (ya sea pública o privada), un representante de cada una de las confederaciones y federaciones de asociaciones de estudiantes con presencia en el Consejo Escolar del Estado, un representante universitario de los Consejos Autonómicos de Estudiantes (allá donde los haya), tres representantes de estudiantes pertenecientes a federaciones y asociaciones de estudiantes que no estén contenidas en los puntos anteriores, cinco miembros designados por el Presidente, que es el Ministro de Educación y, por último, también estarán el Secretario General de Universidades y el titular de la Dirección General de Formación y Orientación Universitaria.
Esta composición es profundamente antidemocrática. En primer lugar, a los estudiantes universitarios los escogerá el Consejo de Gobierno del Claustro Universitario, de cada universidad, dentro de su propio órgano, donde sólo hay dos o tres estudiantes. Si tenemos en cuenta que la mayoría del Consejo de Gobierno son personas promocionadas por los rectores y sus vicerrectores, es más evidente aún la selección negativa que se producirá entre los estudiantes que se elijan como representantes, totalmente afines y vinculados a los intereses más corporativos en cada universidad. Por otra parte, se le concede el mismo peso a las universidades públicas y privadas, de manera que la Universidad de Navarra del Opus Dei, tendrá los mismos representantes que la Complutense de Madrid o la Autónoma de Barcelona. A nivel Estatal, la universidad pública dispone, en estos momentos de 1.244.565 estudiantes, la privada 144.789. Pese a esta diferencia abismal, con el criterio de un estudiante por universidad, la pública tendrá un 67% de representantes, frente a un 33% de la universidad privada. Unos porcentajes a todas luces desproporcionados y que no cuadran nada bien con el espíritu de “igualdad” con el que tanto se llena la boca el MEC.
El MEC, al introducir este nuevo órgano, pretende darse un barniz progresista, de fomento de la participación y de escuchar al movimiento estudiantil. Sin embargo, de esta manera lo que verdaderamente se hace es, por decirlo de algún modo, “empezar la casa por el tejado”. A día de hoy, en materia de participación estudiantil no existen ni siquiera unos criterios unificados a través de los cuales los estudiantes puedan crear asociaciones en las universidades y los requisitos que hay para hacerlo en algunas de ellas son de lo más variopinto, desde contar con más de 50 miembros o exigir un acta notarial de constitución (algo inaccesible para muchos estudiantes). Facilitar la constitución y desarrollo de asociaciones estudiantiles debería de ser el primer paso del MEC para fomentar la participación y la organización de los estudiantes, aspecto que el Sindicato de Estudiantes ha reivindicado en todas aquellas reuniones a las que se nos ha citado para hablar de este tema.
Por otro lado, no hay nada más efectivo para fomentar la participación que tomar en consideración las reivindicaciones de los estudiantes y, eso, es precisamente lo que no sucede en las universidades (y mucho menos en las reuniones con el MEC), donde los estudiantes estamos ínfimamente representados en los claustros frente a los demás sectores de la comunidad educativa, haciendo imposible en la práctica que ninguna de nuestras reivindicaciones puedan materializarse. La primera medida que debería de tomar el MEC para demostrar ese supuesto “interés” por la participación estudiantil es equilibrar la representación de los estudiantes en los órganos que ya existen, y no crear un órgano fantasma como el Consejo de Estudiantes Universitario.
Además, ante la falta de participación efectiva, dado el nulo caso que se hace a los estudiantes a la hora de tomar decisiones en las universidades, los mecanismos de selección de estos representantes por cada universidad van a convertirse, inevitablemente, en una forma de promoción de los elementos más carreristas y trepas, que vean en este Consejo de Estudiantes Universitario un medio de promoción personal y no una vía de participación en defensa de la educación pública y del acceso de los hijos de los trabajadores a la universidad, como debiera ser. No en vano, se establece en dicho Estatuto (Art. 7. punto i)) “obtener reconocimiento académico por su participación en actividades universitarias, culturales, deportivas, de representación estudiantil, solidarias y de cooperación …”, algo a lo que desde el Sindicato de Estudiantes nos hemos opuesto tajantemente, oposición que al MEC le ha dado exactamente lo mismo, porque precisamente su objetivo es que esa selección de estudiantes “representantes” favorezca a los sectores más dóciles y arribistas, que no les supondrán ningún problema a la hora de avalar la política del Gobierno y dar la sensación, al menos públicamente, de que cuentan con el respaldo de los estudiantes, que es el verdadero objetivo de este nuevo órgano.
Otro elemento que demuestra este “mercadeo” y el carácter que desde el MEC se quiere dar a este Consejo de Estudiantes queda reflejado en el punto 2 del artículo 41, en el que establece que los estudiantes, a través de sus órganos de representación (incluido por supuesto el Consejo de Estudiantes Universitario) “formarán parte de los órganos colegiados de selección de becarios de cada universidad”. Esto es algo muy peligroso. Con una composición del Consejo de Estudiantes como la comentada más arriba, las becas las van a negociar los estudiantes más reaccionarios, algunos de ellos de la universidad privada que, defendiendo sus intereses, no tendrán problemas en eliminar los criterios económicos de las becas (que ya de por si son insuficientes) y sustituirlos por criterios puramente académicos. Así, los estudiantes de la universidad privada, donde inflan las notas, podrán acceder a una beca, mientras los hijos de los trabajadores no podremos ni soñar con acceder a una. Esto va muy en línea con la política del gobierno de recorte en el gasto educativo. Y de paso siempre podrán decir que son unas becas en las que se tienen en cuenta los criterios de los estudiantes.
Como antes decíamos, el otro aspecto más sangrante, en materia de derechos lo encontramos en el capítulo III. Referido al acceso y a la admisión en la Universidad., por ejemplo en su artículo 14.: Los estudiantes que cumplan los requisitos exigidos por la legislación, tienen derecho a acceder y a solicitar la admisión en las enseñanzas oficiales de cualquier universidad española, conforme a los procedimientos previstos en la normativa vigente. Palabras, y más palabras que empañan la realidad, pues, a la par que se hace esta supuesta declaración de igualdad y derecho a la educación superior, este mismo año el MEC ha impuesto para los estudiantes de FP superior la realización de un examen de selectividad para todos aquellos que deseen acceder a la universidad. Por no hablar de los endurecimientos progresivos de los exámenes de selectividad para los alumnos de bachiller que se vienen realizando en los últimos cursos. Es decir, por un lado se proclaman derechos abstractos y, por otro, se ponen obstáculos y trabas, en este caso muy reales, para acceder a los estudios universitarios. La fórmula utilizada por el MEC es una manera muy decorosa de obviar el problema fundamental de la universidad pública: la falta de plazas (250.000 en todo el Estado) para cubrir la demanda actual.
Desde la implantación de los Planes de Bolonia estamos asistiendo a la progresiva expulsión de los hijos de los trabajadores de la universidad a través del aumento de las tasas, los endurecimientos en las normas de permanencia, la dedicación exclusiva que suponen estos planes de estudio y que no permiten compatibilizar estudios con trabajo, etc. Resulta escandaloso que el MEC pretenda enmascarar estos problemas mediante una cortina de humo, que es lo que realmente es el Estatuto del Estudiante Universitario.
Desde el Sindicato de Estudiantes, tal y como planteamos en el mismo momento que se pusieron sobre la mesa los primeros borradores de este Estatuto, entendemos que no se puede avanzar en los derechos de los estudiantes mientras se vea negado el derecho fundamental: el acceso a la universidad pública para todos los hijos de los trabajadores. Todo lo demás son cantos de sirena, de los cuales este nuevo Estatuto de Estudiantes es uno de los más claros ejemplos.