Desde el pasado fin de semana las fuerzas armadas del imperialismo occidental, capitaneadas por EEUU, Francia y Gran Bretaña (junto con otros países como Italia y el Estado español), han iniciado una importante acción militar, con el beneplácito de la ONU, consistente en bombardear sistemáticamente desde mar y aire las posiciones de Gadafi en Trípoli y otras ciudades, con la supuesta intención de frenar la “violación de derechos humanos” perpetrada por los leales al dictador libio.
Para justificar esta acción acción militar, los gobiernos occidentales están recurriendo a argumentaciones y mentiras de todo tipo, de la misma forma que han hecho en el pasado reciente con otras intervenciones interesadas. En la invasión de Iraq, la justificación estrella fue la existencia de armas de destrucción masiva. Hoy en Libia, la excusa que no paran de repetirnos es la de la “protección” de la población frente a los ataques de Gadafi y el intento de evitar una guerra civil.
Ante este arranque de altruismo y humanidad a favor de los oprimidos, saltan a la memoria todas las intervenciones “humanitarias” de estas mismas potencias que en el pasado sólo han sembrado muerte y destrucción allí donde se han producido, a la vez que han sentado las bases para negocios multimillonarios para las grandes empresas multinacionales de sus respectivos países. Es evidente el cinismo en su vehemencia para justificar la intervención en Libia mientras, al mismo tiempo, respaldan la represión que en estos momentos se da en Yemen y Bahrein. O cuando se pone de relieve cómo miran para otro lado ante la represión continuada que vive el pueblo de Palestina a manos del Gobierno israelí.
En toda esta campaña propagandística favorable a la intervención, nada se dice de la convivencia pacífica que todos los gobiernos occidentales han tenido con Gadafi durante décadas. Décadas en las que cometía todo tipo de crímenes contra su pueblo sin que nadie plantease la necesidad de una intervención militar internacional. El único motivo por el que quieren deshacerse de Gadafi es porque ya no les sirve.
En el momento en el que el terror con el que sometía a su pueblo ha sido superado y ya no puede garantizar los intereses de las grandes potencias mundiales en la zona, los grandes prohombres de occidente se han dado cuenta de que hay que defender los derechos humanos en Libia. Pero mientras este dictador ha sido útil, ha sido tratado como un aliado preferente por las potencias imperialistas, mimado a su vez por las grandes multinacionales occidentales del gas y del petróleo.
Los grandes medios de comunicación se esfuerzan por justificar la intervención día y noche, ocultan las responsabilidades de las potencias capitalistas en el sostenimiento de todo tipo de dictaduras en el mundo árabe, y los fabulosos ingresos que han obtenido con la venta de armas para reprimir y someter a pueblos enteros. Nada dicen de la connivencia occidental con estos regímenes mientras aseguraban sus intereses económicos y estratégicos. Pero esta intervención cumple además otra misión, aparte de proteger los negocios de la burguesía, también pretende mandar un mensaje nítido sobre la capacidad imperialista para intervenir militarmente en cualquier país, especialmente en aquellos que no respondan a pies juntillas a sus dictados.
La fuerza de la Revolución es la que ha puesto contra las cuerdas a Gadafi y la única necesaria para lograr una victoria completa
La insurrección en Bengasi y otras ciudades, hizo que el aparato del Estado se dividiese en líneas de clase afectando especialmente al ejército. Fueron muchos los soldados y mandos militares los que se unieron a los insurrectos, que a su vez constituyeron rápidamente comités populares con los que organizar la resistencia y el día a día de las zonas liberadas.
Las masas en Libia, con recursos completamente escasos y en pocos días, enfrentaron y avanzaron sobre el ejército profesional al servicio de la dictadura y nutrido con miles de mercenarios. Pero estas primeras victorias, logradas en base al sacrificio y una voluntad inquebrantable, se encontraron con un problema no resuelto: la ausencia de una dirección revolucionaria con un programa y estrategia claros para lograr una victoria completa.
El programa que necesitan los revolucionarios libios es el de la transformación socialista de la sociedad. Un programa que en primer lugar haga un llamamiento a la solidaridad de las masas revolucionarias en el mundo árabe para derrocar a Gadafi, que explique con claridad que para conquistar las aspiraciones democráticas por las que lucha la mayoría de la sociedad, y preparar el terreno para construir un futuro digno, es necesario depurar el aparato estatal de la dictadura, expropiar las riquezas que ha acumulado la camarilla gobernante, y también las de las potencias imperialistas que se han hecho de oro con la explotación del petróleo y del gas, y ponerlas todas ellas bajo el control democrático de los trabajadores para cubrir todas las necesidades sociales.
Lamentablemente, a pesar de la voluntad del pueblo libio, la que se ha erigido como actual dirección del movimiento no tiene esta misma perspectiva. Como ya ha sucedido otras veces en la Historia, la dirección de los rebeldes se ha llenado de elementos que sólo buscan promocionar y conseguir una vida tranquila para ellos mismos. En muchos casos se trata de colaboradores abiertos de la dictadura que permanecieron a su lado hasta que pensaron que ésta estaba por terminar, sectores con objetivos e intereses particulares, que además guardan buenas relaciones y negocios con las potencias imperialistas. Sin duda los ejemplos más claros a este respecto son los ministros de exteriores y de interior de Gadafi, que tratan de aparecer como los campeones de la democracia y los derechos humanos, intentando borrar de la memoria su participación y dirección en la represión y saqueo del país.
En lugar de afrontar la lucha como una guerra revolucionaria de liberación social, reforzando la necesidad de la solidaridad internacionalista con las masas de otros países en revolución, estos dirigentes han puesto toda la atención en una intervención imperialista, algo que sin duda puede llegar a suponer el fin de la revolución misma. Esta nueva perspectiva beneficia claramente a los intereses de las grandes multinacionales y sus gobiernos nacionales, tratando de alejar el fantasma de un nuevo orden social que escape a su control y cuestione sus intereses en la zona, que a su vez puede convertirse en un revulsivo para ir más allá en países como Túnez o Egipto.
Para derrotar a Gadafi no hace falta una intervención militar imperialista. Lo que es necesario es organizar el armamento del pueblo en Bengasi y en todas las zonas insurrectas para crear un ejército revolucionario que unifique a todas las milicias existentes en el país. Mientras que en las ciudades los comités populares que ya existen se conviertan en los cimientos de un Estado revolucionario socialista, que pueda nacionalizar todos los recursos naturales y materiales de los que dispone Libia y adoptar medidas urgentes para resolver los problemas sociales de la población.
El escenario revolucionario abierto en el Magreb y el Golfo Pérsico no ha finalizado en absoluto. Éste será un proceso histórico que se dejará sentir durante mucho tiempo. Cada nuevo avance o retroceso en un país influirá en su entorno, dando así continuidad y quizás extendiéndose más y más, como actualmente está sucediendo en Yemen, con el posible contagio a Arabia Saudí, el inicio de movilizaciones en Siria, nuevas marchas en Gaza y más movilizaciones en Marruecos.
Los efectos de la revolución árabe están rompiendo todas las fronteras, coincidiendo a su vez con la profundización de la lucha de clases en todo el mundo. El callejón sin salida que supone el capitalismo para la juventud en todo el planeta nos empuja a luchar por nuestros derechos en todo el mundo, buscando una y otra vez la forma en que transformar la sociedad caduca capitalista. La lucha internacional defendiendo el control de los trabajadores sobre los medios de producción, a través de su nacionalización, para así lograr planificar la economía y resolver las necesidades sociales, es el único camino. Ya hemos visto cómo el imperialismo y sus grandes multinacionales sólo sirven para convertir la vida en un auténtico infierno. Por eso desde el Sindicato de Estudiantes, igual que los revolucionarios de todo el mundo, estamos del lado de los trabajadores y jóvenes árabes que tratan de acabar con el capitalismo y construir un mundo mejor.
¡Viva la revolución árabe!
¡No a la intervención imperialista en Libia!